Eran exactamente las 11:35 de la mañana cuando desperté, dejando allá lejos, en el mundo de los sueños, momentos más dulces que los que en la vida probaré.
Habían pasado ya al menos nueve noches seguidas en las que solo soñaba con mi muerte, de todas las maneras posibles, cuando llego él, a romper esa mala racha.
Hay gente que conozco de toda la vida que nunca se ha aparecido, ni fugazmente, en uno de mis sueños. Puedo pasar días pensando en la misma persona, y sin embargo nunca me encuentro con ellos al dormir. Pero con él soñé desde el día en que lo conocí.
Fue un sueño inofensivo. Algo inocente y cursi. Lo único que recuerdo de ese primer sueño ahora son sus manos. Sus manos mientras sostenía a contraluz un papel picado que él había hecho para mí. Una cosa sumamente sencilla, de papel blanco. Un óvalo que adentro llevaba solamente las letras "I" y "U" con un corazón entre las dos. Después de eso, tal vez lo voltée a ver, pero no recuerdo muy bien ya.
El sueño del que desperté hoy fue muy distinto.
En él, estábamos sentados él y yo, uno al lado del otro, en el público de cierto programa de televisión. Él bromeaba conmigo todo el tiempo, su sonrisa me hacía saltar dos que tres latidos. Empezó a tener más confianza cuando vió que yo cedía. Se atrevía a tocarme, sujetarme incluso. Me comenzó a abrazar y a hacer cosquillas. Así fue subiendo de ritmo la situación.
No recuerdo que pasó en el inter, pero terminamos abrazados sobre el piso frío de un pequeño cuarto. Su cuerpo protegía al mío, siendo la división entre este y el piso. Yo miraba aquellos ojos café obscuro mientras sentía su piel sobre la mía. Cada parte de su cuerpo en contacto con la misma parte del mío, como un reflejo al que se le añade todo el calor de un par de corazones acelerados.
Sin decir una palabra, le robé el beso que ocultaba cada vez que nos veíamos. En sus labios probé el mar. Él me miró unos momentos mientras yo saboreaba hasta el último grano de sal.
Una vez que se esfumó hasta el último rastro de ponto en mi boca, descansé mi cabeza entre su clavícula y cuello. Me dejé fundir en su calor y en su aroma. Así hasta que nos separó el abrir de mis ojos.